martes, 18 de septiembre de 2012


 ¿Sólo el valor de una heladera?...
Claudia Piñeiro
Unos de los últimos trabajos propuestos por la profesora de literatura consistía en la lectura de “Cuánto vale una heladera de la autora Claudia Piñeiro nacida en Burzaco, Provincia de Buenos Aires. Ésta escritora, guionista de televisión, dramaturga y autora del conocido  libro  “La viuda de los jueves (el cual sería llevado al cine más tarde en las manos del director Marcelo Piñeyro); nos daba a conocer de una manera simpática, si se puede decir, algunos aspectos criticables de la sociedad en la que habitamos.
Si bien en las comunidades hay una diversidad extensa de cataduras censurables ¿es sólo el valor de una heladera lo que quiere discutir? Piñeiro señala, a mí parecer, a esos fragmentos de temas cuestionables que son los jueces y abogados corruptos; quienes no tienen ningún tipo de escrúpulo en desarrollar sus canalladas sin reparar sobre las consecuencias que estos tengan sobre terceros. En la obra en cuestión el doctor Lonche (abogado) le explica a Claudia (protagonista) después de que ésta le haya planteado el tema, que él tiene la solución para su problema el cual consiste en  “transar” con ciertos amigos jueces. De la misma manera en la historia se muestra que estos mismos magistrados no acceden a estos tratos no porque sea un delito, sino porque éstos recaerían sobre algunos de sus intereses económicos.
Por otra parte lo que se pone en juicio son las instituciones públicas o privadas, las que no solucionan problemas que ellos mismos  ocasionan, porque están empeñados en no hacer nada que les provoque un gasto monetario, les es muy difícil admitir un error, o salirse de sus esquemas. Junto con todos los mencionados anteriormente las personas que tienen estos problemas con autoridades (cualquier sea su rubro) son otro punto que juzgar ya que no tienen la suficiente tenacidad de pelear por sus necesidades o derechos.
En síntesis, creo haber vivido un caso similar al de Claudia, si bien no fue por ningún electrodoméstico, si fue por mi apellido; el cual tuve que cambiar después de haber vivido con él por más de dieciséis años. Esto ocurrió porque en el Registro Civil se “confundieron” y pusieron el apellido materno y no el paterno. Luego al ingresar a una secundaria me advierten, que como en la partida de nacimiento era reconocida por mi padre debía cambiarlo. Lo mismo me notificaban en otros establecimientos, no me permitirían realizar algunos actos cuando fuese más adulta. En definitiva tuve que cambiar mi apellido por uno que no quería por motivos personales.
Sin más rodeos el final de ésta historia tendría que haber sido distinto. Las organizaciones deberían cambiar sus máquinas (como en éste caso en particular) para que las personas no vean cuestionadas sus identidades o tengan que hacer algo que no planeaban para ajustarse a los malos métodos de éstas corporaciones.  

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